miércoles, 29 de septiembre de 2010

El perro que predecía la muerte.


Hace unos meses publiqué una entrada sobre Oscar, el gato que vivía en un geriátrico y predecía la muerte de los enfermos. Como siempre, a poco que uno investigue, descubre que en España hemos tenido algo parecido con mucha más antelación. Menudos somos. Tú descubres, tienes o haces algo, pues nosotros lo mismo más dos huevos duros. La única diferencia es que en España el gato Oscar hubiera terminado sus días de otra forma, digamos... menos poética.
Quizás como Moro.
Al parecer, allá por los comienzos de los años 70, en el pueblo cordobés de Fernán Núñez apareció un buen día una mezcla de pastor alemán, de color negro, desaliñado y delgaducho, con un desagradable ojo blanco en la cara (alguna secuela de enfermedad o accidente). Nadie supo cómo ni cuándo llegó. Algunos afirmaban que fue abandonado por unos camioneros en un bar de carretera cercano. Otros que lo vieron por primera vez debajo de un olivo, junto al cadáver de un vagabundo que pudo ser su amo. Sea como fuera, una anciana del pueblo le proporcionaba comida y agua en la puerta de su casa y Moro pasaba los días como cualquier perro. Una noche Moro estuvo aullando frente a la puerta de la casa y al día siguiente, extrañado por su comportamiento, el alguacil entró en la casa y encontró a la mujer muerta. El perro estuvo durante todo el velatorio gimiendo y aullando frente a la puerta y cuando la transportaron a la iglesia y después de ésta al cementerio, se colocó entre el féretro y la comitiva de familiares y vecinos. Toda la noche la pasó velando el cuerpo.
Días o semanas después el perro volvió a montar un gran escándalo de aullidos frente a la casa de una joven gravemente enferma. Esa noche la chica murió y el perro hizo lo mismo que la vez anterior, acompañando al féretro hasta el cementerio y la Iglesia.
La historia llegó a repetirse, según cuentan, hasta 600 veces. No había entierro al que no asistiera Moro. Si era de vecinos del pueblo, actuaba de la misma forma. Con antelación acudía a la casa y después hacía todo el recorrido fúnebre. Incluso cuando traían al fiambre de otro pueblo para enterrarlo allí, Moro se plantaba ese día en la carretera de entrada y esperaba que llegara el coche de la funeraria.
Lógicamente la gente del pueblo empezó a acusarlo de mal fario y tenerle miedo. Hacían lo imposible para que no se acercara a sus casas e intentaron echarlo del pueblo. En dos ocasiones algunos vecinos lo metieron en camiones sin que sus conductores lo supiesen. La primera vez terminó en Granada y la segunda en Ciudad Real. Las dos veces volvió a los pocos días por si mismo.
Algunos buscaban explicación a este comportamiento y decían que Moro acudía por el bullicio de la gente, buscando comida, etc. Pero resulta que nunca se portaba así cuando habían bautizos, comuniones o bodas. Este hecho no solo llamó la atención de los habitantes de la población cordobesa, sino que fue también noticia en la prensa internacional. La televisión alemana hizo un reportaje sobre tan singular animal, y varios periódicos nacionales, como en la revista semanal "El Caso" o en el "Diario de Córdoba" dedicaron espacios en sus páginas para comentar el extraordinario suceso.
Mucha gente seguía aterrorizada con la presencia de Moro. Todos menos la señora Carmela que fue la que le puso el nombre y lo cuidó durante años. Carmela lo acogió tras la muerte de un familiar, en agradecimiento a la compañía que le proporcionó en esos duros momentos.
Un día avisaron a la señora Carmela de que había un perro como Moro cerca de "el Llano de las Fuentes", aullando de dolor. Cuando llegó, encontró al animal agonizante. Le dió agua, le refrescó y abrazó, pero Moro murió. Según cuentan, unos familiares de un niña pequeña muy enferma que murió, lo apalearon cuando Moro esperaba frente a la casa aullando como siempre. Otros dicen que fueron unos jóvenes borrachos los que acabaron con su vida. Era el año 1983.
Moro fue enterrado junto a unos muros cercanos a una huerta. Al poco tiempo esos muros se derrumbaron y cayeron sobre su tumba a modo de mausoleo.
Doce años tras su muerte, el artista Juan Polo realizó una escultura que se encuentra en el Parque de las Fuentes, en homenaje a tan singular perro.
Aún hoy hay quien dice que cuando un lugareño es enterrado, por la noche se escuchan aullidos por todo el pueblo.

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