sábado, 14 de noviembre de 2009

Eutanasia

He hablado en los anteriores post de diferentes aspectos relacionados con la muerte de los animales de compañía, pero el que posiblemente sea uno de los más importantes es el del momento en sí de la muerte y el proceso que conduce a ella, la eutanasia.
La eutanasia, también denominada por algunos clientes como “la anastasia”, “la atanasia”, es el procedimiento que se realiza para dar muerte a un animal, para sacrificarlo, que aunque suene parecido no es lo mismo que pidió aquel señor: “mi perro está muy malo y quiero saber cuánto cuesta crucificarlo”. Otros vienen a "eutasanar" a su mascota. Quizá este señor ha inventado el termino más ajustado a la realidad porque vendría a ser como el sacrificar para sanar, para curar o para que deje de sufrir.
En la actualidad este procedimiento se realiza de una forma muy humanitaria y muy bien controlada por todos los veterinarios. Disponemos de una serie de sustancias anestésicas que permiten sacrificar a los animales sin el menor atisbo de sufrimiento. Es “la muerte dulce” que muchas personas te comentan que desean para ellos mismos llegado el caso, o el “poner a dormir” que dicen eufemísticamente los ingleses. Y es que a nadie, o casi nadie que sea normal, le gusta sufrir o ver sufrir a un ser vivo, ya sea humano o animal. Dentro de esto hay un gran abanico de actitudes; desde el cliente que ante el primer y mínimo problema se plantea e incluso llega a realizar el sacrificio de su mascota (“… es que huele fatal, es que se orina por todos lados, es que ladra”), a las personas que se aferran hasta el último minuto o tratamiento por conservarle la vida. En ocasiones las convicciones y creencias personales hacen a algunos clientes demorar este procedimiento cuando se ven aconsejados por el profesional, rechazando de pleno la eutanasia, pero también hemos visto a muchísimas de estas personas volver al poco tiempo solicitando el sacrificio de su mascota para acabar con el sufrimiento que están padeciendo.
No siempre el sacrificio de los animales de compañía se ha podido realizar de la mejor manera. No voy a hablar de los métodos empleados por algunos propietarios, desde el disparo con la escopeta de caza (que dentro de lo que cabe es parecido a lo que veíamos en las películas del Oeste cuando hasta los malos disparaban a su caballo porque se había roto una pata y no querían que sufriese) ni de los crueles procedimientos usados por algunos cazadores como puede ser el ahorcamiento de los perros que ya no son útiles para la caza, arrastrarlos con el coche, y ni hablamos de atrocidades como las de la captura de focas bebes a golpes de estaca para utilizar sus pieles. El catálogo de crueldades con los animales sería muy amplio. A lo que me refiero es que los veterinarios no siempre hemos podido disponer de los mejores métodos ni sustancias para realizar nuestro trabajo y poder garantizar la ausencia de dolor y asegurar una muerte digna y rápida.
Recuerdo y muchos compañeros seguro que también, el famoso Anectine, un relajante muscular muy utilizado durante una época por su rapidez. Aplicado por sí sólo producía parálisis progresiva de toda la musculatura hasta llegar a la muerte por asfixia al no poder respirar. Visualmente era muy desagradable porque el animal se contraía espasmódicamente. El corazón tardaba más en pararse. En situaciones difíciles era de gran ayuda (animales muy agresivos) porque tardaba unos pocos segundos en empezar su efecto y el resto de sustancias que había podía demorar mucho la sedación. Su combinación era menos agresiva aún así, siempre producía esos movimientos convulsivos antes de morir. He de insistir que hoy en día todas las sustancias y métodos empleados por los veterinarios clínicos se ajustan a la ley y a todos los requisitos éticos que puede requerir un procedimiento como este. Creo que en estas situaciones todos los veterinarios adoptan una actitud muy comprometida, seria y ética con su profesión. Aunque resulte paradójico, muchos propietarios te felicitan por el trato dispensado al comprobar que su animal ha dejado de padecer sin haber sentido absolutamente nada.
Como en todas las profesiones y lugares también hay personas más frívolas o con menos respeto o consideración hacia el cliente. Así fue un veterinario alemán que cogió el canario de una señora para sacrificarlo y no tuvo mejor idea que hacerlo golpeándole la cabeza contra el borde de la mesa. Que la muerte fuera instantánea y el animalito no sufriera nada no se discute, pero que el acto en sí es una brutalidad y una falta de respeto al cliente no creo que nadie lo ponga en duda.
Cuando uno empieza a ejercer la profesión, no se por qué motivo, si debido a alguna ley de Murphy, a una especie de iniciación, o es que debes empezar a comprender desde el primer momento que no todo es tan bonito como algunos se imaginan, pero los primeros trabajos que te encargan (en lugar de curar) son los de sacrificar a un animal. Mi record personal está en sacrificar 12 perros la misma mañana…..pero… ¡¡del mismo propietario ¡¡.
Otra situación comprometida que parece responder a otra Ley de Murphy (cuando más interés tienes en que una cosa te salga bien, seguro que te saldrá mal o peor que mal) es aquella en la que el cliente es un tanto exigente y tú le has garantizado que el animal no va a sufrir nada. De primeras lo tienes encima de ti, llorando sobre el perro, dándole palmaditas y tú con poco espacio para trabajar. Pueden ocurrir varias cosas; que el animal en cuestión no se duerma con el sedante, que vaya perdiendo los reflejos, manifieste temblores y empiezan las preguntas; “¿qué pasa?, ¿por qué tiembla?, ¿está sufriendo?”…¿por qué ha soplado?.. “al perro de un amigo le tuvieron que poner 5 inyecciones porque no se dormía”, tic-tac-tic-tac. Intentas coger una vena y o bien no puedes, o bien la atraviesas o se sale un poco del inyectable y se produce un gran hematoma (“¡¡¡ ya empezamos ¡¡¡”). Intentas con la otra, igual o peor,... “vaya, es que está muy mal, no tiene buenas venas, etc.”…Ya llevas 3 extremidades echadas a perder, una cuarta, ya no quedan más, sudas, se te seca la lengua, siguen encima del perro, llorando, impacientes, empiezas a oír gente en la sala de espera. Tic-tac. Te van quedando pocos recursos, coger la yugular queda muy feo, volver a la extremidad menos machada, tic-tac, tic-tac, si al menos se apartaran y te dejaran trabajar a gusto. Agradeces en ese momento que otro familiar entre a preguntar o suene su teléfono móvil, ves un rayo de luz, tic-tac, tic-tac, “venga, ¡ahora¡ ¡ rápido¡ directa al corazón y que sea lo que Dios quiera…”. Por fin. Qué descanse en paz porque a mi me ha dado la mañana.
Hay otras personas que son muy desconfiadas y piensan que después de mañanas así lo que más te apetece y estás deseando es abrir el cadáver, experimentar, insertarle electrodos y hacer un aquelarre. Una vez, después de haber sacrificado a su animal, el propietario volvió al día siguiente y exigió verlo. Bien, suelen estar en el congelador hasta que los recogen. Algo rígidos, eso sí. Se le muestra el animal y empieza a mirarlo de arriba abajo, la cabeza, la barriga… “¿busca usted algo, olvidó alguna cosa en el perro?”. No. Quería asegurarse que no hubiéramos experimentado con él.
Algunos extranjeros te dicen que en Alemania si lo hacen o han oído que lo hacen. “Bueno señora, si los veterinarios españoles cobrásemos más, tuviéramos unos horarios compatibles con la vida familiar, no tuviéramos que hacerlo todo nosotros, gestión, limpieza, trabajo, atención al teléfono, venta de productos de tienda, etc… pues quizás tendríamos humor y ganas de experimentar, de momento no”.
El mayor miedo que suele tener un veterinario en estas situaciones es el de no estar seguro de si has puesto la dosis suficiente y que al rato te llame el propietario diciendo que su animal no se ha muerto y se mueve. Y esto que puede parecer una broma, pasar, pasa. Un compañero tuvo que sacrificar un día varios perros en una perrera, lo que para el que no lo sepa supone; hacerlo en el suelo, sin medios técnicos adecuados, con prisa, muchos animales, poca ayuda, calor/frío, pendiente de tener que ir a otros lugares, etc. Al día siguiente le llamaron para decirle que uno de los sacrificados había salido de la bolsa y caminaba “algo desorientado” por la finca.

viernes, 13 de noviembre de 2009

La mala conciencia

Morir cuesta dinero aunque eso no garantiza que ahí se acabe todo. A veces nos empeñamos en ponerselo difícil a los muertos, quizás sea porque nos negamos a dejarlos ir, quizás porque como seres humanos, seguimos cometiendo errores hasta el final e incluso más allá. El sentimiento de muchas personas hacia las mascotas hace que éstas no se conformen con tener un vago recuerdo de animal, en ocasiones desean mantener viva su memoria. No me refiero en esta ocasión a la taxidermia (más o menos brutal como en el post anterior), me refiero a la costumbre de conservar las cenizas del difunto. Hoy en día en casi todas las provincias existe un servicio de incineración de animales y muchos ofrecen la posibilidad de recuperar esas cenizas para guardarlas en casa. La primera pregunta que te hace un cliente cuando requiere ese servicio es la de si realmente las cenizas que le van a dar son las de su mascota. Al igual que nos gusta que confíen en nosotros, debemos confiar en el trabajo que hacen los demás, pero claro, todos cometemos errores. Así ha debido entenderlo el señor que quiso conservar las cenizas de su perro, un yorkshire de no más de un kilo de peso, cuando recibió una urna con una bolsa de cenizas que en la balanza marcaba más de 2 kilos. El señor insistía en que dificilmente podía pesar su perro una vez muerto e incinerado más que cuando estaba vivo. Su lógica tiene. Pero, no, nosotros convenciéndole de que ese era su perro. Cuando los responsables de la incineración encontraron las verdaderas cenizas se resolvió el misterio del engorde postmortem, millones de disculpas incluidas.
Esta anécdota me ha hecho recordar cuan diferente era hace algo menos de 20 años la eliminación de los animales fallecidos. No es que no existieran hornos crematorios para perros, que los había, pero tan minoritarios (uno en alguna provincia, en otras ninguno) que era un lujo y algo snob solicitar ese servicio. Cómo se eliminaban los cadáveres, pues de muy diversas maneras. El que tenía jardín o huerto estaba más predispuesto a llevarse su animal y enterrarlo (siempre debajo de un árbol, que curioso... ¿por qué? si bajo tierra no le va a dar el sol). A la mayoría se le recomendaba que lo enterrase en alguna rambla o lugar poco transitado. En mi pueblo, sierra minera agujereada como un queso, llena de docenas de pozos, el recurso que me recomendó un compañero fue el de usar estos para tirar los cadáveres. Cuando hablo de pozos no me refiero a simples agujeros a ras del suelo. Estos estaban y lógicamente siguen estando rodeados por un muro bastante alto de piedra y dispersos por el monte. Cuántas veces tuve que parar el coche en la cuneta, cargar el animal en brazos (que si era pequeño, hasta iba en una bolsa de basura, pero si era un animal grande no teniamos ni bolsas para cubrirlo), evitar que se me resbalara mientras subía el repecho de tierra hasta el pozo, pisando barro o lo que hubiese pues más de una vez tuve que hacerlo de noche alumbrando el camino con los faros del coche, para luego coger fuerzas, apoyarlo en el borde y darle impulso hasta que caía por el pozo.
En una ocasión, un conocido me pidió que le sacrificara a su perro medio moribundo y se ofreció para acompañarme y poder tirarlo a uno de estos pozos. Había que sacrificarlo allí mismo para arrojarlo a continuación. Es importante recordar que fue en un mes del duro verano murciano. El problema surgió cuando me percaté de que me faltaba suero fisiológico para realizar la mezcla que requería el líquido eutanásico. No me dió opciones, había que hacerlo en ese momento sin dilación. Lo único que se nos ocurrió fue hacer la mezcla con agua del radiador del coche. Resultó a medias, pues la mezcla se iba espesando por momentos y hubo que hacerlo todo muy rápido y todavía dudo de si el animal cayó por el pozo semi vivo o semi muerto, que para el caso supongo que será lo mismo pero en mi conciencia queda.
También quedan en mi conciencia los que he tirado al contenedor de la basura cuando no he tenido la posibilidad de hacer otra cosa. ¿qué se puede hacer? Si el propietario te dice que no puede hacerse cargo, tú debes y se espera de ti que busques una solución. Lo que no puedes es ejercer de enterrador, llevarte el perro, buscar un lugar, abrir un agujero y enterrarlo. Estoy convencido que hay compañeros que lo han hecho, yo bastante tuve con el asunto de los pozos, pero cinco años de estudios universitarios tienen que servir para otra cosa y proporcionar otros sinsabores, no el de enterrador.
Un fin de semana un vecino quiso eutanasiar a su perro y me pidió ese favor. Hasta ahí todo normal. Decidí llevarlo a la clínica para meterlo en el arcón congelador y lo eché al maletero del coche. Un pastor alemán de los grandes. Bien, normal. La historia surgió cuando mi novia decidió parar en "Continente", el "Carrefour" de nuestros días para realizar unas compras. Por parte del perro, como era de esperar, no hubo inconveniente. Se hizo tarde y entre una cosa y otra decidimos volver a casa, la del pueblo (digamos 60-70 kms). Cómo fue el grito de sorpresa cuando a medio camino, de noche, invierno,ligeramente lloviznando, nos acordamos del silencioso pasajero que llevabamos a bordo. ¿qué haciamos?, ¿lo llevabamos a casa como invitado?, ¿volvíamos cuando faltaba poco para llegar?. La solución desde luego no fue muy decorosa, pero decidí que no podíamos meter un animal en casa, así, sin conocerlo de nada y esperar hasta el lunes. Paramos en el arcén y cuando dejaron de pasar coches lo dejamos caer en lo que parecía una zona de huerta. Otro para mi conciencia. (y la de mi novia, que en ocasiones hay que estar a las duras y a las maduras).
Las cosas fueron cambiando pasito a pasito pero durante un tiempo también tuve que ir con una vieja furgoneta llena de bolsas de cadáveres a una finca donde nos hacían el favor de abrir una gran zanja para arrojarlas y luego cubrían con tierra. Vaya, lo que llamaríamos un enterramiento colectivo.
Después hemos pasado a tener cementerio propio, con sus lápidas y horas de visita y en la actualidad servicio de cremación con sala de velatorio y todos los detalles que una situación así puede requerir.
¿Me queda mala conciencia de lo anterior?. Creo que no, pero no estoy seguro. Mi intención siempre ha sido la de dar servicio al cliente, facilitarle todo aquello que estaba en mi mano y que le evitara situaciones penosas por las que prefería pasar yo, a pesar de tener que mentir. El fin justifica los medios. A pocos profesionales se les exige hacer tantas cosas que no tienen por que hacerlas y que no les corresponden, sin remunerar y sin agradecimiento, como a los veterinarios. En mi conciencia queda.

viernes, 6 de noviembre de 2009

El Halloween de los animales


El culto a la muerte es tan antiguo como el ser humano. Es consustancial a su naturaleza desde que adquiere conciencia de que la muerte es parte de su ciclo vital. Desde la prehistoria (existen multitud de restos arqueológicos de perros y otros animales enterrados con sus amos) pasando por todas las civilizaciones de la antigüedad, los animales han formado parte de ritos funerarios o mejor dicho, de los rituales de vida/muerte de los seres humanos. Los animales se enterraban enteros, momificados o bien algunas de sus partes; colmillos, huesos. No nos puede sorprender que en nuestros días existan cementerios de animales, con sus fosas, panteones y lápidas con dedicatorias o cada vez más generalizado, crematorios con servicio de recogida de cenizas en urnas especiales para los animales de compañía. Hasta hace unos años todavía se podían ver algunos animales disecados en casa. Más bien animales de los llamados "exóticos"; pájaros y presas de cetrería. Alguna que otra persona me ha afirmado que tuvo o conoció a alguien que mantuvo a su perro disecado. Hay quien también conserva animales en frascos con formol o como una conocida, el periquito muerto envuelto en bolsas y en una caja de cartón (no se si esperando tiempos mejores, como Walt Disney). Lo que sorprende en esta, nuestra civilizada y avanzada sociedad, es encontrarnos con vestigios del" hombre primitivo", aquellos en los que todavía persisten ciertos rasgos atávicos, si no físicos, si mentales. Porque... ¿cómo si no explicaríamos el hecho de que una persona le corte el cuello a su perro yorkshire (una vez muerto, claro) con un hacha, no sin cierta dificultad como reconocía su esposa, para conservarla sobre la estantería?.