viernes, 13 de noviembre de 2009

La mala conciencia

Morir cuesta dinero aunque eso no garantiza que ahí se acabe todo. A veces nos empeñamos en ponerselo difícil a los muertos, quizás sea porque nos negamos a dejarlos ir, quizás porque como seres humanos, seguimos cometiendo errores hasta el final e incluso más allá. El sentimiento de muchas personas hacia las mascotas hace que éstas no se conformen con tener un vago recuerdo de animal, en ocasiones desean mantener viva su memoria. No me refiero en esta ocasión a la taxidermia (más o menos brutal como en el post anterior), me refiero a la costumbre de conservar las cenizas del difunto. Hoy en día en casi todas las provincias existe un servicio de incineración de animales y muchos ofrecen la posibilidad de recuperar esas cenizas para guardarlas en casa. La primera pregunta que te hace un cliente cuando requiere ese servicio es la de si realmente las cenizas que le van a dar son las de su mascota. Al igual que nos gusta que confíen en nosotros, debemos confiar en el trabajo que hacen los demás, pero claro, todos cometemos errores. Así ha debido entenderlo el señor que quiso conservar las cenizas de su perro, un yorkshire de no más de un kilo de peso, cuando recibió una urna con una bolsa de cenizas que en la balanza marcaba más de 2 kilos. El señor insistía en que dificilmente podía pesar su perro una vez muerto e incinerado más que cuando estaba vivo. Su lógica tiene. Pero, no, nosotros convenciéndole de que ese era su perro. Cuando los responsables de la incineración encontraron las verdaderas cenizas se resolvió el misterio del engorde postmortem, millones de disculpas incluidas.
Esta anécdota me ha hecho recordar cuan diferente era hace algo menos de 20 años la eliminación de los animales fallecidos. No es que no existieran hornos crematorios para perros, que los había, pero tan minoritarios (uno en alguna provincia, en otras ninguno) que era un lujo y algo snob solicitar ese servicio. Cómo se eliminaban los cadáveres, pues de muy diversas maneras. El que tenía jardín o huerto estaba más predispuesto a llevarse su animal y enterrarlo (siempre debajo de un árbol, que curioso... ¿por qué? si bajo tierra no le va a dar el sol). A la mayoría se le recomendaba que lo enterrase en alguna rambla o lugar poco transitado. En mi pueblo, sierra minera agujereada como un queso, llena de docenas de pozos, el recurso que me recomendó un compañero fue el de usar estos para tirar los cadáveres. Cuando hablo de pozos no me refiero a simples agujeros a ras del suelo. Estos estaban y lógicamente siguen estando rodeados por un muro bastante alto de piedra y dispersos por el monte. Cuántas veces tuve que parar el coche en la cuneta, cargar el animal en brazos (que si era pequeño, hasta iba en una bolsa de basura, pero si era un animal grande no teniamos ni bolsas para cubrirlo), evitar que se me resbalara mientras subía el repecho de tierra hasta el pozo, pisando barro o lo que hubiese pues más de una vez tuve que hacerlo de noche alumbrando el camino con los faros del coche, para luego coger fuerzas, apoyarlo en el borde y darle impulso hasta que caía por el pozo.
En una ocasión, un conocido me pidió que le sacrificara a su perro medio moribundo y se ofreció para acompañarme y poder tirarlo a uno de estos pozos. Había que sacrificarlo allí mismo para arrojarlo a continuación. Es importante recordar que fue en un mes del duro verano murciano. El problema surgió cuando me percaté de que me faltaba suero fisiológico para realizar la mezcla que requería el líquido eutanásico. No me dió opciones, había que hacerlo en ese momento sin dilación. Lo único que se nos ocurrió fue hacer la mezcla con agua del radiador del coche. Resultó a medias, pues la mezcla se iba espesando por momentos y hubo que hacerlo todo muy rápido y todavía dudo de si el animal cayó por el pozo semi vivo o semi muerto, que para el caso supongo que será lo mismo pero en mi conciencia queda.
También quedan en mi conciencia los que he tirado al contenedor de la basura cuando no he tenido la posibilidad de hacer otra cosa. ¿qué se puede hacer? Si el propietario te dice que no puede hacerse cargo, tú debes y se espera de ti que busques una solución. Lo que no puedes es ejercer de enterrador, llevarte el perro, buscar un lugar, abrir un agujero y enterrarlo. Estoy convencido que hay compañeros que lo han hecho, yo bastante tuve con el asunto de los pozos, pero cinco años de estudios universitarios tienen que servir para otra cosa y proporcionar otros sinsabores, no el de enterrador.
Un fin de semana un vecino quiso eutanasiar a su perro y me pidió ese favor. Hasta ahí todo normal. Decidí llevarlo a la clínica para meterlo en el arcón congelador y lo eché al maletero del coche. Un pastor alemán de los grandes. Bien, normal. La historia surgió cuando mi novia decidió parar en "Continente", el "Carrefour" de nuestros días para realizar unas compras. Por parte del perro, como era de esperar, no hubo inconveniente. Se hizo tarde y entre una cosa y otra decidimos volver a casa, la del pueblo (digamos 60-70 kms). Cómo fue el grito de sorpresa cuando a medio camino, de noche, invierno,ligeramente lloviznando, nos acordamos del silencioso pasajero que llevabamos a bordo. ¿qué haciamos?, ¿lo llevabamos a casa como invitado?, ¿volvíamos cuando faltaba poco para llegar?. La solución desde luego no fue muy decorosa, pero decidí que no podíamos meter un animal en casa, así, sin conocerlo de nada y esperar hasta el lunes. Paramos en el arcén y cuando dejaron de pasar coches lo dejamos caer en lo que parecía una zona de huerta. Otro para mi conciencia. (y la de mi novia, que en ocasiones hay que estar a las duras y a las maduras).
Las cosas fueron cambiando pasito a pasito pero durante un tiempo también tuve que ir con una vieja furgoneta llena de bolsas de cadáveres a una finca donde nos hacían el favor de abrir una gran zanja para arrojarlas y luego cubrían con tierra. Vaya, lo que llamaríamos un enterramiento colectivo.
Después hemos pasado a tener cementerio propio, con sus lápidas y horas de visita y en la actualidad servicio de cremación con sala de velatorio y todos los detalles que una situación así puede requerir.
¿Me queda mala conciencia de lo anterior?. Creo que no, pero no estoy seguro. Mi intención siempre ha sido la de dar servicio al cliente, facilitarle todo aquello que estaba en mi mano y que le evitara situaciones penosas por las que prefería pasar yo, a pesar de tener que mentir. El fin justifica los medios. A pocos profesionales se les exige hacer tantas cosas que no tienen por que hacerlas y que no les corresponden, sin remunerar y sin agradecimiento, como a los veterinarios. En mi conciencia queda.

1 comentario:

Anónimo dijo...

falluta