lunes, 27 de septiembre de 2010

Perros con historia. Héroes perrunos

LAIKA
La perrita Laika, precursora de los vuelos tripulados de los astronautas, fue enviada al espacio a bordo del Sputnik 2 el 3 de noviembre de 1957, un mes después del lanzamiento del primer Sputnik y 3 años antes de que el primer astronauta humano surcara el espacio. Yuri Gagarin, al que le correspondió tal honor dijo “Aún en día, no sé si yo soy “el primer hombre” o “el último perro” en volar al espacio”. Humor ruso o canguelo.
Laika era una perra que vivía en las calles de Moscú y fue entrenada durante años para viajar a lo desconocido; se la seleccionó de entre otros perros por sus requisitos físicos (peso inferior a 6 kg., y 35 cm. de altura) así como por su resistencia.
Los científicos rusos pensaron en un perro callejero acostumbrado a luchar diariamente por su supervivencia como el mejor candidato para superar los entrenamientos y realizar la prueba final del vuelo espacial. Laika superó con nota los mismos exámenes y pruebas que luego se aplicarían a los humanos.
La suerte de Laika estaba echada, la perra nunca volvería a pisar la Tierra ya que la nave no tenía módulo de retorno y sacrificaría su vida para demostrar la resistencia de los humanos en condiciones de ingravidez.
Laika viajó en una cabina con un arnés para combatir los efectos de la ingravidez, bebió agua a través de unos dispensadores e ingirió alimentos en forma de gelatina. La perra se cree que sobrevivió alrededor de 5-7 horas, tiempo suficiente para ascender y entrar en la orbita terrestre; estos datos no se conocieron hasta 2002, ya que, originalmente se informó que Laika falleció a la semana de la expedición, sin usar el supuesto paracaídas que la traería de regreso a la tierra.
El Sputnik 2 se destruyo el 14 de abril de 1958 al entrar en contacto con la atmósfera. Laika fue el único perro enviado al espacio sin sistema de retorno. La URSS realizó entre junio de 1951 y septiembre de 1962, 29 vuelos espaciales con perros, terminando ocho en tragedia y el resto de los perros regresaron con paracaídas y con máscaras de respiración y trajes espaciales.


OWNEY

Hace más de 120 años los trabajadores de la oficina postal de Albany, Nueva York, encontraron un paquete muy particular. Era un cachorro de perro, de raza indeterminada, del que nadie supo nunca cómo llegó allí. El perrito fue adoptado por los trabajadores y terminó durmiendo sobre las sacas del correo ferroviario. Pronto comprendió que se estaba muy agustito entre los trenes, donde se protegía del frío invernal neoyorkino. No obstante esto tenía ciertas desventajas. Cada vez despertaba en un lugar diferente al ir acompañando las sacas de correos. Pero no importaba lo lejos que estuviera el destino, Owney terminaba siempre de vuelta en la oficina de Albany. Los mismos trabajadores le pusieron un placa identificativa; "propiedad de la oficina de Albany, N. Y". El perro comenzó a tener muy buena fama, no sólo por su carácter afable y simpático, sino porque durante todos esos viajes, ningún tren sufrió accidentes o atracos. En las oficinas a las que llegaba, tomaron las costumbre de ponerle una medallita o sello que indicaba el destino al que había llegado. Se calcula que durante toda su vida acumuló alrededor de 1020 medallas, estampillas de correos y otras identificaciones. Lo curioso también fue que no sólo se limitó al territorio de los EEUU, si no que subió también en barcos de vapor y llegó a conocer Asia y Europa.

A pesar de su amabilidad y simpatía murió en 1897 por una herida de bala. Accidente o no, nadie lo supo. Pero tantos años en el servico de correos, información acumulada, contactos, viajes nacionales e internacionales, etc., seguro que le crearon muchos enemigos y alguno pensó que se podría ir de la lengua.....

Owney embalsamado en el museo de la historia de correos. Podemos apreciar la chaquetilla que lleva, repleta de estampillas de correos y medallitas.



BALTO Y TOGO.

He aquí una historia interesante en la que la fama, el mérito y el honor se lo llevó el que menos esfuerzo hizo. Como la vida (humana) misma.

Ambos perros, de raza Husky siberiano, participaron en la impresionante hazaña que supuso transportar las miles de dosis necesarias para salvar a la población (sobre todo niños) de Nome, en Alaska de una terrible epidemia de difteria.

La historia comenzó a principios de 1925 cuando en el hospital de Anchorage se recibió un mensaje urgente advirtiendo de la gravedad de dicha epidemia y de la necesidad de recibir de manera urgente las vacunas y medicamentos necesarios para atajarla. El problema era que entre los dos núcleos de población (Nenana y Nome) había unos mil kilómetros de distancia y en esa época del año la nieve y las tormentas habían inutilizado cualquier vía de contacto. Se elaboró el único plan posible que consistió en enviar la medicación en una expedición de trineos tirados por perros especializados. 20 Mushers y 150 perros partieron con las medicinas. Liderando al grupo se encontraba TOGO, un perro ya famoso por su fuerza, velocidad y resistencia. Había ganado diferentes carreras y competiciones y se le encomendó el liderazgo del grupo. Togo llevó la expedición muy cerca de su objetivo a pesar de las condiciones tan adversas, pero poco antes de llegar debido a un desplome de hielo en uno de los ríos que debían cruzar, quedó cojo de una pata. Entonces el mando de la manada se le dió a BALTO, un perro de segunda fila, bastante lento y poco apropiado. Los últimos 80 kilómetros fueron muy penosos y difíciles. El guía se perdió debido a las ventiscas, pero Balto supo orientarse y consiguió llegar a Nome con las medicinas. Al ser el primero en entrar al pueblo recibió todo el mérito y se convirtió en un héroe nacional. Hoy en día su estatua se encuentra en el Central Park de Nueva York y su hazaña ha producido hasta películas de dibujos animados. Togo quedó cojo para siempre y cuando murió en 1929 su cuerpo fue embalsamado y llevado a un museo en Vermont donde se le sigue admirando.

A la izq., Balto y a la derecha Togo con su entrenador Seppala


Otro héroe de fama internacional fue BARRY.


Ha sido sin duda el perro de rescate más famoso de la historia. Vivió en el hospicio de San Bernardo (de ahí el nombre de la raza), entre 1802-1814, ayudando a los monjes a socorrer a los viajeros extraviados por su gran destreza en la nieve y su gran sentido de la orientación. Se cuenta que salvó la vida de un niño enterrado en la nieve y que volvió subido a sus espaldas.



En el monumento dedicado a Barry hay una inscripción que forma parte de la leyenda de este perro; "Salvó la vida de 40 personas y fue muerto por la 41". Al parecer, la última persona que intentó salvar lo confundió con un lobo cuando se acercaba y lo mató de un disparo.

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