jueves, 21 de enero de 2010

Más sobre eutanasia. La falta de entendimiento

Cuando trabajas con personas de otros países, debido al idioma, pueden surgir muchas anécdotas por la falta de entendimiento . Es difícil diagnosticar una enfermedad cuando el paciente no habla, lo que en nuestra profesión no es extraño, pero más complicado si el propietario tampoco. A pesar de esos inconvenientes el que quiere entenderse con una persona lo consigue. Para eso están las señas universales. Quién no ha utilizado la mano dirigida a la boca para preguntar si el animal tiene apetito, si le duele en tal punto, para saber si ha vomitado o cualquier otro síntoma.
Es conocida la deficiencia educativa en idiomas de los españoles. Pocos hablan bien inglés . Mal o bastante regular la mayoría. Que se lo pregunten a nuestros representantes políticos, sin ir más lejos el expresidente Aznar y a Zapatero. Pero no somos los únicos. Muchos jubilados y personas que vienen a residir a España tampoco dominan la lengua de Shakespeare (y mucho menos la de Cervantes) y sólo se entienden en su idioma. Sin embargo los españoles nos volcamos con los extranjeros cuando nos preguntan algo. Intentamos hacernos entender a nuestra peculiar manera, que no es otra que hablarles en castellano, (pero como los "indios" de las películas pre-Kevin Kostner), y más fuerte de lo habitual, para que se enteren bien, que no hay nada como gritar para que te entiendan. Pues bien, todo esto viene al caso porque una compañera atendió a una señora alemana que traía un gato callejero en muy malas condiciones y ante las escasas posibilidades de que curara le recomendó que lo eutanasiara. Por activa y por pasiva la compañera le indicaba que lo mejor era sacrificarlo; mediante "gestos universales" como el pasarse el dedo índice por el gañote añadiendo la palabra "kaput", indicándole que el gato "iba a dormir", etc. La propietaria afirmaba y asentía a todo lo que se le explicaba. Se le mostró un protocolo escrito en su idioma (alemán) que autoriza a realizar la eutanasia y la señora lo firmó. Tras perder gran parte de su tiempo intentando hacerse entender y creer que lo había conseguido, la compañera inyectó el tranquilizante y cuando el animal estaba ya dormido, el eutanásico. Todo en presencia de la propietaria. Cuál fue la sorpresa y susto de la veterinaria cuando la señora empezó a gritar y preguntar qué le ocurría al gato, que si estaba muerto y por qué lo había hecho. Que lo despertara. Creo que todo el mundo sabe que una vez has pagado a Caronte y te has subido a la barca, no hay billete de vuelta, por muy gato que seas y por muchas vidas que tengas, que hasta en las video consolas cuando gastas las vidas te sale aquello de "game over". Son esas situaciones en las que si a uno le pinchan, no le sacan sangre, además de adquirir un color blanco de piel que hubiera hecho las delicias del malogrado Michael Jackson.
La señora lo que quería era una inyección que lo curara. Claro. De todos es sabido que en el botiquín de médicos y veterinarios existe un medicamento inyectable que lo cura todo. Sin mayor problema. Y es que de verdad, cuando uno no quiere, dos no se entienden.

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